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                        | Con Roberto Saviano en ItaliaLA VIDA BLINDADA
 Ya no es un hombre, es un equipo. desde que la camorra lo amenazó de muerte por su libro Gomorra, vive escoltado las 24 horas.
                            Pasamos un día con el escritor y lo acompañamos de viaje a Nápoles.
 
 Por Miguel Mora. 
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                            | No sé si estoy medio
                              muerto o medio
                              vivo. Lo que sé es
                              que la amenaza de
                              los Casaleses me ha
                              convertido en peor
                              persona. Más desconfiado,
                              más egoísta.
                              Siento odio por los amigos que me
                              abandonaron cuando salió el libro, entre
                              una partida de Playstation y una de la
                              Liga Fantástica. Apenas salgo de casa.
                              No puedo usar tarjeta de crédito. Vivo
                              escoltado 24 horas al día. Ya no soy un
                              hombre, soy un equipo. Los muchachos
                              son fantásticos, son napolitanos como yo,
                              hacemos deporte juntos, boxeamos en el
                              gimnasio... Pero echo de menos Nápoles,
                              aquellos retrasos eternos del tren en la
                              estación... El tiempo se ha deformado, los
                              minutos son extraños, cada movimiento
                              banal requiere un día entero. Y no puedo
                              hacer las cosas mínimas: pasear, tomar
                              algo en un bar, comprar una heladera.
                              Ayer fuimos al supermercado y fue patético.
                              Los carabineros alrededor del carrito,
                              todos opinando sobre la pasta que debía
                              elegir. La gente se asustó, nos abrieron
                              paso en la caja para que nos fuéramos
                              rápido. Cuando salimos les dije a los chicos:
                              “no volvemos”.
                              Así es la vida de Roberto Saviano. Una
                              vida no vida, una vida-muerte, una especie
                              de muerte en vida. Trágica muchos ratos,
                              a veces también tragicómica, tensa sin
                              interrupción. Triste, solitaria y virtual.
                              El éxito de Gomorra, uno de los fenómenos
                              más espectaculares de la historia
                              italiana (dos millones de copias en su país,
                              33 traducciones, más de dos años en lo
                              alto de la lista de best sellers), se ha convertido
                              en una maldición para su autor.
                              Reconocimiento, premios y elogios,
                              fama, dinero y viajes no compensan la
                              otra cara de la moneda: Saviano ha sido
                              difamado, escupido e insultado por los
                              jóvenes de su propia tierra, abandonado
                              por sus amigos, condenado a muerte. Y
                              hoy vive agazapado, rodeado de armas y
                              carabineros, a toda velocidad y a media
                              voz.
 Sus ojos muestran una melancolía infinita,
                              sus gestos son a ratos desesperados;
                              su cara, la imagen de la vulnerabilidad. No
                              deja de hablar por los dos celulares y de
                              mandar y recibir mensajes de texto.
 “Casi
                              no veo a nadie, es mi mayor vínculo con
                              la gente”.
 Sólo tiene 29 años, pero se nota que
                              ya no es aquel muchacho bromista que se
                              iba a comer el mundo cuando se licenció
                              en Filosofía por la Universidad Federico II
                              de Nápoles, siguiendo la ilustre herencia
                              de Giordano Bruno y Benedetto Croce.
 En aquella época empezó a escribir su
                              primer relato real, titulado La tierra padre.
 Naturalmente, trataba sobre la Camorra.
                              Contada por Saviano, la Mafia napolitana,
                              o mejor dicho, campaña, dejó de ser
                              lo que era a ojos de mucha gente –una
                              banda de bandoleros dirigidos por tipos
                              más o menos honorables que trafican y
                              asesinan– , pero en el fondo protegen a
                              una población
 |  | abandonada a su suerte
                              (aunque esto último siga siendo verdad). Y pasó a ser El Sistema, un poderoso holding
                              criminal que, según el último censo
                              realizado por el jefe de los carabineros
                              de Nápoles, general Gaetano Maruccia,
                              responsable de la seguridad de Saviano,
                              “cuenta al menos con 80 clanes y más de
                              3 mil afiliados armados, a lo que se añade
                              una extensa red de colaboradores”.
                              En otras palabras, un ejército sin uniforme
                              ni moral, que comete, en promedio,
                              un asesinato cada 2,5 días desde 1979,
                              factura miles de millones de euros anuales,
                              controla una parte del tráfico de cocaína
                              europeo, domina el negocio de la extorsión,
                              la usura, las basuras y el transporte de desechos tóxicos, capta a niños de 11
                              años pagándoles como centinelas, obtiene
                              grandes contratos públicos que se licitan
                              en Campaña, blanquea ingentes cantidades
                              de dinero negro en la construcción
                              española, compra políticos, designa alcaldes,
                              maneja de forma directa o indirecta
                              el 40 por ciento de las tiendas de Nápoles,
                              cose ropa en negro para las grandes firmas,
                              dirige la importación y distribución de
                              mercancías falsas procedentes de China,
                              y acampa a sus anchas en el puerto de la
                              ciudad y el sector alimentario.
                              Cuando Saviano empezó a escribir, estimulado
                              por la fiebre de libertad y aventura
                              que le inculcaron sus lecturas precoces y,
                              más tarde, por el aura de rebelión respirada
                              en los seminarios que dirige Gerardo
                              Marotta, abogado y filósofo octogenario,
                              todavía gran baluarte moral napolitano, en
                              el Instituto de Filosofía fundado por Croce,
                              era un joven feliz, aunque no paraba de
                              trabajar.
 “Tenía cuatro o cinco oficios: en
                              una pizzería, dando clases de repaso a
                              niños por las tardes, como albañil ocasional
                              en el campo de Caserta, becado para
                              un doctorado en Historia Contemporánea
                              y colaborando en periódicos y webs como
                              Nazion e Indiana”.
 Así y todo, tardó sólo unos meses en
                            enhebrar los 11 relatos reales que forman
                            Gomorra.
 “Escribía en un apartamento
                            de los vicoli (callejones) de I Quartieri
                            Spagnoli. Compartía apartamento con
                            amigos.
 Tenía mi habitación propia, y allí
                            escribía, parapetado tras los papeles de
                            los jueces. Había siempre un ruido infernal
                            en el barrio.
 Cuando me fui no podía
                            dormir porque había demasiado silencio.
 Adoraba aquel sitio, era un lugar familiar.
 Suena retórico, claro, porque la familia
                            sirve para controlarte.
 En casa vivía una
                            amiga costurera, y teníamos de vecinos
                            a 30 budistas que meditaban y cantaban.
 Un día, un napolitano se hartó, salió a la
                            ventana y les gritó: "¡Alí Babá, me tienen
                            las
 |  | pelotas llenas!".Poco después, el manuscrito se convirtió
                            en libro gracias al olfato de los editores
                            de Mondadori. “Me publicaron el primer
                            cuento en la revista Nuovi Argumenti (abril
                            de 2005), y después me hicieron un contrato
                            de joven promesa.
 Me dieron cinco
                            mil euros como anticipo por cinco mil
                            copias”, recuerda Saviano.
 Muy pronto ese contrato dio paso
                            a otro con cifras de estrella.
 “En mayo
                            de 2006, cuando el libro salió por fin a la calle, era el tipo más feliz del mundo.
                              Viví los cinco mejores meses de mi vida.
                              Era un hombre libre. Dejé de ser albañil,
                              y la pizzería. Los críticos me elogiaban y
                              los lectores me leían, era escritor como
                              había soñado. Luego me dieron el Premio
                              Viareggio, se vendieron cien mil copias,
                              empecé a escribir en La Repubblica y
                              Espresso, a hablar en televisión...
 Y, de
                              repente, en octubre, todo se paró.
 Y me
                              quedé clavado en esos meses.
 Todo lo que
                              ha pasado después no lo he vivido”.
 Llegaron las primeras amenazas de
                              los Casaleses, el clan del pueblo donde
                              se crió, Casal del Príncipe. Y eran nítidas.
                              Debía morir.
 No sólo sabía demasiado y lo
                              había contado con nombres y apellidos,
                              relacionando cada dato con su fuente,
                              sino que, sobre todo, el libro había llegado
                              a demasiada gente.
 La Camorra estaba en
                              boca de todos.
 Ya no era el tradicional mal
                              menor napolitano.
 Era un cáncer internacional.
 Los jueces antimafia tomaron la advertencia
                              en serio. Habían ayudado al joven
                              periodista dándole acceso a los procesos
                              (escritos y orales) contra Francesco
                              Schiavone, Sandokán; Antonio Iovine,
                              Michele Zagaría, Francesco Bidognetti
                              (todos Casaleses) y otros bosses napolitanos
                              como los Di Lauro o Lo Russo.
                              Y aquel muchacho de aspecto desvalido
                              (cara de camorrista, cráneo cubista,
                              barba de tres días, pies planos “y peso
                              welter”) había respondido a la confianza
                              con una prosa de cirujano que mezclaba
                              coraje, calidad, denuncia y ética. Hacía
                              falta protegerlo, y rápido.
 El 13 de octubre
                              de 2006, el ministro del Interior, Giuliano
                              Amato, decidió que Saviano debía vivir
                              escoltado.
 “Recuerdo que el día en que
                              vinieron los carabineros a buscarme a
                              casa para llevarme al cuartel, los vecinos
                              bromeaban: '¡Robbè, por fin te han arrestado!'.
 Amato fue de una sensibilidad
                              extraordinaria.
 Dijo que el Estado debía
                              protegerme porque a través de mí defendía
                              la libertad de expresión, un principio
                              constitucional.
 Eso me convirtió en símbolo
                              de la libertad de palabra.
 Siempre le
                              agradeceré eso”.
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                                  | A la deriva Han pasado dos años y medio desde
                                    aquel 13 de octubre. Sus viejos amigos
                                    se largaron. Su antigua novia lo dejó. Su familia se dispersó más de lo que estaba
                                    (sus padres se separaron muy pronto). Y
                                    Saviano se culpa de todo eso. Lamenta,
                                    dice, “haber destruido mi mundo por un
                                    libro; haber hecho daño a todos los que
                                    me querían”.
                                    Su vida está “suspendida, cancelada,
                                    detenida”. Como esas vidas rotas de
                                    repente por un accidente, un atentado o
                                    una condena injusta.
                                    Sólo fuera de Italia se relaja un poco
                                    más. Por eso, en noviembre pasado se dio
                                    el desahogo de decir que se iba del país,
                                    que había decidido exiliarse por un tiempo.
                                    Se arrepintió enseguida. Difícilmente
                                    otro país aceptaría dedicarle (y pagar) la
                                    protección que necesita. “Es así. O no
                                    me dan protección, o me dan una escolta
                                    como la que tengo aquí”. Un destino casi
                                    irreversible.
                                    Hacer la cita para este reportaje llevó
                                    semanas por cuestiones de seguridad. El
                                    primer intento, en diciembre, se aplazó
                                    porque los niveles de alerta se dispararon
                                    del todo. Un primo de Sandokán, llamado
                                    Carmine Schiavone y colaborador de la justicia
                                    (un pentito: arrepentido), reveló que
                                    la Camorra tenía plan y fecha. Lo matarían
                                    antes de que acabara el año, colocando
                                    una bomba a su paso por la autopista A-1
                                    que une Roma con Nápoles.
                                    Superada esa angustiosa fecha de
                                    caducidad, la alerta bajó. Schiavone, que
                                    más que un pentito parece el portavoz
                                    de la Camorra, declaró que sus ex compinches
                                    habían decidido esperar a que se
                                    apaguen un poco los focos para matarlo.
                                    Con más calma. Por fin pudimos pactar el
                                    encuentro. Con la ayuda de su amabilísima
                                    asistente, Manuela, programamos ir juntos
                                    a Nápoles, comer con él, conocer a su
                                    amigo el general Maruccia, comandante
                                    del Comando Provinciale dei Carabinieri di
                                    Napoli. E intentar explicar lo que siente un
                                    escritor condenado a muerte que aún no
                                    ha cumplido 30 años.
                                    Hace una mañana preciosa y gélida, y
                                    los dos coches blindados llegan puntuales
                                    y muy juntos, deslizándose con elegancia
                                    italiana. Saviano va sentado en el primer
                                    coche, asiento de atrás, a la derecha.
                                    Las sirenas dejan de ulular y los autos se
                                    detienen. Los cinco escoltas bajan y otean
                                    la calle con sus gafas oscuras. Saviano se
                                    queda sentado dentro del Lancia Thesis
                                    gris.
 Nos saludamos, y Pina empieza a
                                    hacer fotos. Los carabineros ni se inmutan.
 Están habituados.
 A estas alturas han
                                    sido fotografiados dos mil veces y saben
                                    que la Camorra conoce al centímetro
                                    sus caras, que, sin embargo, no denotan
                                    miedo alguno.
                                    Los chicos de la escolta llevan chalecos
                                    antibalas, cazadoras negras y pistola
                                    al cinto.
 Tienen la cara curtida y acento
                                    napolitano, y se mueven como profesionales.
                                    No dan un paso en falso, no hacen
                                    un gesto de más.
 Son silenciosos, y
                                    cuando hablan es en voz baja y con pocas
                                    palabras. Nando, el jefe, ejerce un mando
                                    suave pero inflexible.
                                    Saviano hace el recuento del armamento:
                                    los Casaleses tienen 100 kilos de
                                    TNT y un variado arsenal de metralletas y
                                    pistolas. “Sé que acabarán conmigo. Tarde o temprano lo harán”.
                                    Silencio absoluto durante un rato
                                    largo.
                                    Avanzamos a bandazos y tirones. Salir
                                    del centro de Roma un lunes a la una de la
                                    tarde suele ser una empresa heroica. Pero
                                    en diez minutos estamos en la A-1. La del
                                    ultimátum. Marco pisa a fondo el acelerador
                                    y en unos segundos el Lancia despega
                                    hacia Nápoles. Pina sigue haciendo fotos y
                                    filmando, y el habitáculo se hace diminuto
                                    para tomar notas. Pero no parece sitio ni
                                    momento para quejarse.
 –¿así que ésta es su vida actual?
 –Así es. Ellos van a los sitios antes de
                                    que vaya yo. Llegan primero ellos, controlan,
                                    luego voy yo. Para cualquier cosa. Si
                                    hay que comprar una heladera, por ejemplo,
                                    ellos van delante, luego voy yo y la miro, elijo el
 |  | modelo, y vamos a otra tienda
                                    distinta a comprarla. Nunca volvemos al
                                    mismo sitio. –¿Siempre ha tenido cinco escoltas?
                                    –Empecé con dos, luego subieron a
                                    cinco.
 –¿Cambia mucho de casa?
                                    –Cada vez que vemos un detalle raro.
                                    Por ejemplo, si hay una obra en un edificio
                                    cerca y sabemos que en ella trabaja
                                    gente de Nápoles que, por ejemplo, ha
                                    sido juzgada, me cambian de casa. Basta
                                    con eso.
 –¿lo escoltan también dentro de
                                    casa?
 –No, normalmente en casa no entran.
                                    Esperan detrás de la puerta. Veinticuatro
                                    horas.
 –Parecen tranquilos.
                                    –Tienen experiencia antimafia de
                                    muchos años. Han protegido a personalidades,
                                    jueces y supertestigos. Los eligió
                                    Maruccia.
 –Con tanto roce se habrán hecho
                                    amigos.
 –Claro, son tipos magníficos.Y eso me
                                    obliga a seguir adelante, a no renunciar.
                                    Les debo eso a los que me defienden.
 –¿Ve a otros amigos en casa alguna
                                    vez?
 –Poco. Muchos se han alejado desde
                                    que salió el libro. Entender eso fue muy
                                    doloroso. Es natural porque desapareces,
                                    te haces invisible y te vuelves peor persona.
                                    Desconfías, estás nervioso, tienes la
                                    cabeza en otro sitio, y nada ni nadie parece
                                    a la altura trágica de tu situación...
 –la normalidad se hace absurda.
 –Sí, las propuestas de las personas
                                    normales, hablar de idioteces, ir a tomar
                                    una cerveza, tener charlas superficiales, al
                                    principio no lo aguantaba. Estaba metido
                                    en un torbellino donde sólo existía mi trabajo,
                                    mi situación, y buscaba respuestas
                                    en los libros. He hecho una especie de
                                    descenso a los infiernos literarios para
                                    entender quién, antes que yo, en situaciones
                                    más graves, ha logrado sobrevivir.
 –¿Y qué autores lo han ayudado?
 –Los perseguidos por los soviéticos,
                                    Borís Pasternak, Varlam Shalamov...Y más
                                    recientemente, Anna Politovskaia, que
                                    acabó de forma trágica, pero se enfrentó
                                    siempre a las difamaciones. No la olvidaré.
                                    Ni olvido las cartas y diarios del juez Falcone, lo que escribió y publicó, porque
                                    resistió ataques cotidianos, parecidos a los
                                    que sufro yo...
 –Y, tantas veces, con la complicidad
                                    del gobierno.
 –Sí. Estoy convencido de que en Italia,
                                    cuando se lucha contra determinados
                                    poderes, el destino de las personas queda
                                    marcado. No necesariamente de forma
                                    trágica, aunque muchas veces sea así...
 –¿Dejándote fuera del circuito?
 –Te calumnian, dicen que te exhibes,
                                    que te haces publicidad. Eso es lo increíble,
                                    porque se crea un círculo vicioso
                                    que impide la palabra. Y lo que las mafias
                                    temen es justo eso: la atención.
 –Cuando escribió el libro, ¿imaginó
                                    que pasaría algo así?
 –Yo era un tipo joven que leía, discutía
                                    y escribía. De repente, me encontré en
                                    medio de esta guerra. Pensaba que me
                                    iba a crear problemas, pero no tan graves.
                                    Ahora no puedo pisar Nápoles. Este viaje
                                    es el primero que hago en un mes. Todas
                                    las ciudades me invitan menos la mía. A
                                    pesar de que Gomorra es el libro más vendido
                                    de la historia sobre la ciudad.
 –Suena irónico, sí.
 –Quedan pocos faros de resistencia,
                                    pocas fuerzas sanas allí. Uno es Marotta,
                                    el filósofo; otro, el cardenal Sepe. Y el
                                    padre Raffaele Nogaro, en Caserta, que
                                    sigue la tarea de don Peppino Diana, el
                                    cura de Casal di Principe que fue asesinado.
 Es curioso que las instituciones
                                    religiosas hagan la labor del Estado.
 Ése
                                    es el drama del sur de Italia.
 –¿la crisis económica lo empeorará?
 –Seguro. Y eso permitirá al capital criminal
                                    entrar en todas partes.
 |  | Nápoles a la vista
                                    Debemos de ir por el kilómetro 80.
                                    Faltan 150 para Nápoles. No hay mucho
                                    tráfico, y el coche vuela como en los
                                    videojuegos. “Tardamos poco más de una
                                    hora”, informa Saviano, “si los carabineros
                                    nos paran, sonreímos”. Es la primera
                                    broma del viaje. Saviano parece de mejor
                                    humor que hace unos meses, cuando dijo
                                    que se iba. Pero a medida que nos acercamos
                                    a Nápoles se pone más tenso.
 –en realidad, vive una especie de
                                    vida virtual. Como de superhéroe al revés.
 –Una vida virtual y blindada. La gente
                                    me visita como a un enfermo, me traen
                                    agua y azúcar, como decimos en Italia.
                                    La satisfacción me la dan cosas virtuales,
                                    como Facebook, recibo miles de mensajes
                                    de jóvenes. Eso es precioso. Todavía en
                                    este país hay gente que tiene ganas de
                                    la palabra.
 - ¿Siente más ese apoyo que el de la
                                    clase intelectual?
                                    –De repente ha cambiado el papel del
                                    escritor y algunos se han sentido bajo
                                    asedio. Mucha gente les exige que se
                                    pronuncien. Antes creían que los libros
                                    no podían cambiar las cosas, hoy ya no se
                                    puede decir eso. Quizá se puede decir que
                                    algunos escriben palabras que no cambian
                                    las cosas, y otros escriben palabras que
                                    permiten a la gente tener instrumentos
                                    para cambiar las cosas. El poder enorme
                                    que tiene el lector que elige leer un libro...
                                    Quizá él no se da cuenta. Yo sí. Los lectores,
                                    y no el libro, son la clave de mi historia.
                                    Si nadie lo hubiera leído, a la Camorra
                                    le habría importado mucho
 menos.
 –la periodista de Il Mattino rosaria
                                    Capacchione, autora del libro El oro de
                                    la Camorra, también vive bajo escolta.
                                    –Sí, es un caso parecido. La diferencia
                                    es que todavía vive en Nápoles y trabaja
                                    allí.A mí me consideran un payaso porque
                                    escribo fuera, a ella la respetan.
 –Ya dijo Cannavaro que estas cosas
                                    de la Mafia es mejor no esparcirlas...
 –La Mafia hace sentir culpable a todo
                                    el mundo. A unos porque saben poco, a
                                    otros porque piensan mucho. Cannavaro
                                    se equivoca en una cosa. No es un problema
                                    local, es global:
 invierten en todas
                                    partes.
 –Muchos napolitanos piensan como
él.
 –Sí, un día un abogado me gritó: “¡A ti
                                    la escolta te la pago yo!”. Y los vecinos de
                                    un apartamento que tuve se organizaron y
                                    pagaron varios meses por adelantado mi
                                    alquiler para no tenerme allí.
                                    Nápoles aparece, ancha y bellísima,
                                    en el horizonte. “Ver Nápoles y después
                                    morir”, reza el dicho. Una frase que no
                                    parece oportuno citar cuando el coche
                                    estaciona en el cuartel de carabineros. Por
                                    suerte, la pizzería está cerca, en la calle de Toledo. He ahí la explicación de por qué la
                                    Mafia napolitana se llama Camorra.
                                    Los libros son la gran pasión de Saviano.
                                    Desde pequeño. Sólo se le ilumina la cara
                                    cuando habla de literatura y cuando llega
                                    la pizza humeando, vera napolitana: mozzarella
                                    de búfala, tomates cherry, crujiente
                                    y blanda a la vez. Un manjar.
                                    Saviano la corta en triángulos y sopla
                                    por encima haciendo círculos, como un
                                    niño. Luego dice que tomó de Soldados de
                                    Salamina, de Javier Cercas, la inspiración
                                    para escribir su “relato real”. Y que está
                                    deseando encontrarse con Mario Vargas
                                    Llosa y venir con él a Nápoles. “Es un
                                    escritor fabuloso y, como Cervantes, conoce
                                    el alma napolitana. Lo elegiría como
                                    padrino para mi regreso público, me daría
                                    mucho placer. Sería estupendo si Marotta
                                    lo organizara en el Instituto, porque esa
                                    gran tradición laica y cívica napolitana es la
                                    que me ayudó a escribir el libro. Los maestros
                                    de los revolucionarios franceses eran
                                    napolitanos. Aquí nacieron las ideas de
                                    libertad en Europa.Y no por azar Giordano
                                    Bruno murió en la hoguera, sino porque
                                    intentó volver a Nápoles. Tenía la hospitalidad
                                    del mundo entero, pero prefirió volver.
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 |  | –Dicen que todo está en la infancia.
                              ¿Qué recuerda de la Camorra de entonces? –Mi padre me llevaba a visitar enfermos
                              a los pueblos del campo casertano.
                              Muchas veces veía escenas apocalípticas.
                              Recuerdo las búfalas muertas flotando en
                              el río Volturno. Cuando se hacían viejas,
                              las tiraban al agua para ahorrarse una bala.
                              Recuerdo que pescábamos lubinas en el
                              río, porque a fuerza de que la Camorra
                              robara la arena del río para hacer cemento,
                              en vez de que el río desembocara en el
                              mar, el agua salada entraba en el cauce. Mi
                              padre siempre tuvo miedo de la Camorra,
                              pero nunca se rebeló. Veía sus coches
                              lujosos y sentía rabia. Pero no decía nada,
                              nunca. Siempre sentí esa asfixia. Todo iba
                              mal, pero nadie podía pararlo. Siempre fue
                              así.
 “Si eres furbo (pícaro), puedes aprovecharte”,
                              decían. Si piensas que lo puedes
                              cambiar, eres un loco. Como si alguien
                              fuera a Roma y dijera que el Papa se tiene
                              que ir de San Pedro. La Camorra sabe
                              que sólo tiene problemas cuando mata
                              demasiado. Ayudan a las familias con hijos
                              minusválidos, a los chicos que suspenden
                              en el colegio los mandan a Roma para que
                              aprueben...
 – así que no son sólo el estado, sino
                              el estado del bienestar.
 –Pero el welfare camorrista es un privilegio,
                              no un derecho. Te lo pueden quitar.
 –¿Cuándo decidió ser escritor?
 –A los catorce o quince años. Siempre
                              leía, me enloquecían los clásicos. Nacer en
                              tierra de Camorra no sólo supone muerte
                              y sangre, también vives rodeado de las
                              mejores ruinas de la antigüedad. Aníbal
                              y Espartaco eran los personajes de mi
                              infancia. Mi abuelo y mi tío siempre me
                              contaban historias de Espartaco. La cultura
                              es lo que nos salva la vida de verdad, mi
                              tierra me ha regalado eso. La Anábasis de
                              Jenofonte se parece a mí. Para escribirla,
                              Jenofonte se hizo mercenario. Jenofonte
                              estaba tatuado, y yo también. Se tatuó un
                              jabalí. Lo consideraban un reaccionario.
                              Pero en el libro dijo: “No te fíes de quienes
                              escriban cosas no vividas”.
 –Pero a usted ese libro vivido le ha
                              jodido la vida.
 –Ahora estoy encerrado en habitaciones,
                              voy de habitación a habitación, a veces doy puñetazos en las paredes. Es
                              una media muerte, o una media vida.
                              –acabará algún día...
 –Quizá mi liberación llegará y podré
                              pasear otra vez por la plaza del Plebiscito
                              cuando sea viejo, o con una peluca rubia.
                              Pero no lo creo. Nápoles no sólo no olvida,
                              también siente rencor. Gomorra ha
                              levantado la tapa de tantos silencios...
                              No me lo perdonarán nunca. Me dicen:
                              “estás ganando pasta con la monnezza
                              (basura), ¿eh?”, o “deja de escribir pelotudeces,
                              buffone”. Los escoltas se indignan
                              más que yo, y tengo que decirles que me
                              deben defender de los ataques físicos, no
                              de los espirituales.
                              –orhan Pamuk se ha ido deTurquía.
 –Europa, con México, es hoy el lugar
                              de más riesgo para los escritores. Al autor
                              de El Padrino búlgaro lo mataron de un tiro
                              en la cabeza. A Politovskaia y a la periodista
                              que retomó su trabajo, también...
                              Les da miedo el autor que consigue hacer
                              llegar el mensaje fuera del territorio.
                              –¿Piensa mucho en su propia muerte?
 –Bastante. Me dicen que el TNT es lo
                              peor, a mí me dan más miedo las balas.
                              Sé que me lo harán pagar, está escrito.
                              Convivo tanto con eso, que ya ni me asusta.
                              Cuando lleguen, que llegarán, será dentro
                              de un tiempo. La tensión me defenderá
                              unos años. Mientras tanto, ellos y sus
                              doscientos mil seguidores, y tantos políticos
                              que intentan minimizarlo, que dicen
                              que son exageraciones, seguirán con la
                              difamación. Dirán que he copiado, que soy
                              un payaso. Se lo decían a Falcone. Y él
                              le dijo a su hermana una cosa tremenda.
                              Que no se defendía de la calumnia porque
                              se defiende sola, y que la Mafia le haría un
                              favor matándole porque así quedaría claro
                              que no era un arribista y decía la verdad.
 –No podemos terminar así. Su arma
                              es la palabra y la verdad, y son más
                              poderosas que las balas.
 –Contar la verdad me ha ayudado a alejar
                              las sombras que tenía encima y dentro.
                              En parte han ganado ellos, por hacerme
                              vivir así. Pero por otro lado han perdido.
                              En Facebook hay miles de jóvenes discutiendo
                              sobre la Camorra.
 Me han destruido
                              la vida, pero lo que yo he hecho ya no es
                              mío.
 Es de los niños.
 |  
                            | Lo detuvieron en Venecia y lo quemaron.
Algunos me dicen: “habla de la gran cultura,
y no de la mala vida”. Caravaggio es la
belleza, y esa belleza me da fuerzas para
contar el mal. Si no existiese esa belleza,
no habría esperanza de salir. Pero si la
belleza la usamos para cubrir el mal, se
convierte en tapadera”.
Otra fuente de resistencia es el humor
napolitano. Eduardo de Filippo, Totò, “y su
sentido trágico y cómico de la vida”. "De
Filippo era como Totò dirigido por Pasolini.
La tragedia de la miseria y el hambre, y el
reírse de ambas cosas y hacerlas parecer
fáciles. Tomaba a broma su destino, pero
no es verdad que lo único lícito sea resignarse”.
Aunque Salman Rushdie lo animó a
hacerlo.
 “Estuve con él en Nueva York.
Llegué con la escolta, se acercó con Ian
McEwan, cada uno me tomó de un brazo
y me llevaron al coche. No lo podía creer.
 Salman me dijo lo que siento. Que mucha
gente piensa que para un escritor estar
amenazado es glamoroso.
 Que nadie me
entenderá, salvo algún político (él dice
que sólo lo entendía Margaret Thatcher).
Que nadie creerá que lo que más deseas es tomar un café en un bar.
 Que la única
forma de reconquistar tu libertad es decidirlo.
Que lo importante es mantener libre
la cabeza y saber cuándo quieres volver a
ser libre. Que me busque un buen exilio...
 Pero eso tengo que pensarlo bien, porque
comenzar de cero es difícil”.
Se acabó la pizza: un café napolitano,
exquisito, y nos vamos a paso ligero a
conocer a uno de los mejores amigos de
Saviano: el general Gaetano Maruccia,
hombre afable, culto y cortés.
–¿Por qué ha sido tan importante el
libro de Saviano, general?
–Porque ha amplificado la atención del
gran público sobre la Camorra y ha hecho
más comprensible su potencial criminal.
 Antes se creía que eran meros gánsteres
urbanos, no criminales organizados como
la Cosa Nostra o la 'Ndrangheta. Parecían
el pariente pobre de las mafias, y no es
así. Son un poder armado y horizontal, con
diversas estructuras y una jerarquía poco
clara, compuesto de grupos autónomos
y a veces enfrentados entre sí. Y varios
niveles. Las pequeñas bandas locales,
que viven sobre todo del pizzo y el tráfico local de droga, son responsables del gansterismo
urbano y a veces trabajan para
bandas que no tienen nada que envidiar
a las endrine calabresas o las familias
sicilianas.
 –¿Teme por la vida de Saviano?
 –El dispositivo es adecuado al nivel de
riesgo. Obviamente, es necesario mantener
siempre la guardia alta y actuar con
extrema prudencia.
–usted lo conoce hace años. ¿Podría
definirlo en diez líneas?
 –Eso no se le pregunta a un amigo,
y menos si está él delante. Es un joven
brillante, inteligentísimo, sabe manejar los
datos con enorme visión analizando el
presente y anticipando el porvenir. Su gran
talento para escribir le ha permitido hacer
ese libro, basado en el estudio analítico del
fenómeno y en su gran conocimiento del
terreno. Sabe ver cosas que a otros se les
escapan. No siempre ver es saber ver.
 |  | Su
riqueza cultural y su innata capacidad de
análisis y síntesis le deben llevar a escribir
con profundidad de lo que sea. Gomorra
es la demostración tangible de su calidad
de escritor-periodista. Pero no debe
afirmarse en el imaginario colectivo sólo
como experto en Camorra. Debe escribir
de otros temas–¿Se acabará exiliando?
 –Creo que sus declaraciones sobre un
                                posible traslado al extranjero fueron sólo el
                                momento de desmoralización de un joven
                                que se ha visto de repente en el centro de
                                una fama y una red muy compleja de responsabilidades
                                y tareas. Si sucediese eso,
                                no sería coherente con su forma de ser
                                ni con su mensaje de compromiso social.
                                Pero conociéndolo, estoy seguro de que
                                eso no pasará.
 –¿ganarán esta guerra?
 –Estoy convencido, no luchamos solos.
                                No hay tiempos, es una batalla diaria. Hace
                                falta esencialmente reforzar las intervenciones
                                sociales, dar oportunidades para
                                que se pueda salir del perverso circuito criminal.
                                Sólo con represión no vamos a ninguna
                                parte. Necesitamos todos los recursos,
                                cultura, trabajo, educación, paciencia
                                y tiempo, escritores, periodistas. Se trata
                                de erradicar la violencia como concepto
                                de vida.
 La próxima vendettaEstamos de vuelta en Roma. Saviano se escabulló el viernes a media tarde para
 pasar el fin de semana con la mamma
                                (versión oficial), y hoy hemos quedado en
                                la sede de su editorial, Mondadori. En el
                                sótano del edificio, un lugar oscuro, pero
                                no demasiado carcelario, comparte una
                                pequeña oficina con Carlo Carabba, de 28
                                años, editor de Nuovi Argumenti y uno de
                                los que ayudaron a descubrir al “genio”
                                cuando en 2005 leyó y recomendó a la
                                revista el primer relato.
                                “No es verdad que Roberto haya cambiado
                                para peor”, explica Carabba. “Sigue
                                siendo muy simpático y bromista, y es
                                menos tímido, está más seguro de sí
                                mismo. Las amenazas le han hecho daño,
                                sobre todo los ataques de sus paisanos
                                jóvenes. Pero el calor de sus lectores es
                                enorme. Eso le ha dado mucha fuerza”.
                                Por fin, la buena noticia: Saviano está escribiendo otra vez. Tiene dos proyectos
                                sobre la mesa. Uno es una novela real
                                sobre el crimen organizado internacional.
                                El otro hablará de él mismo, del hombre
                                solitario. Será casi una vendetta.
 –Tengo que canalizar de alguna
 forma
                                el rencor que siento hacia los amigos
                                que me dejaron cuando escribí Gomorra.
                                Siento odio hacia ellos.
 Entiendo que la
                                vendetta no es un arte noble, pero me
                                dejaron tirado cuando más los necesitaba.
 Y la amistad es lo contrario, ¿no?
 –¿Con la familia las cosas van
                                  mejor?
 –Cuando mis padres se separaron,
                                mi hermano y yo nos quedamos con mi
                                madre, que es química y siempre estaba
                                de viaje yendo a congresos.
 Estudiamos
                                en un colegio de Caserta.A mi padre, que
                                es médico de pueblo, lo veíamos el fin de
                                semana...
 He arruinado la vida de todos
                                los que tenía cerca.
 Mi hermano se fue a trabajar al norte.
                                Y con mi padre no tengo
                              relación.
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