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                        | LA JOVEN GUARDIAPINTURA Fresca
 Experimentan sin límites y se valen de todo tipo de técnicas y soportes.
 El pincel, la gubia, la cámara, la
                            trincheta o su propio cuerpo. Para esta nueva
                            generación de creadores el arte contemporáneo no
                            cabe en un marco.
 ¿Qué tal pinta la obra de los
                            artistas uruguayos de ahora?
 
 Por Macarena Langleib. Fotografíaas: Pablo Rivara. |  
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                            | Lo esperado era que
                              predominaran los
                              nuevos medios. Sin
                              embargo, a los chicos
                              de hoy no les importa
                              mucho. Trabajan en
                              lo que se les ocurre:
                              un día es en video, al
                              otro es en dibujo, y
                              si después tiene que
                              ser una performance, también.
 Hay otros
                              que se mantienen en la pintura, supongo
                              porque vivimos en un país donde existe
                              una tradición a la que nadie escapa. Pero
                              estos mismos eventualmente hacen otras
                              cosas.
 Las fronteras, por suerte, se rompieron”.
 Así describe a los nuevos creadores
                              Gustavo Tabares, coordinador del
                              Programa de Artes Visuales del Ministerio
                              de Educación y Cultura. Codirector de
                              la galería Marte Upmarket, Tabares, que
                              también es artista y curador, sostiene que “a diferencia de otras generaciones, les va
                              bien porque empezó un movimiento que
                              antes no había.
 |  |  Sigue siendo un mercado
                              inmaduro, poco profesional, pero está un
                              poco más dinamizado”. 
                              En la misma línea
                              va la opinión de la ex directora del Museo
                              Nacional de Artes Visuales. “Existe una
                              nueva generación que tiene mayor libertad,
                              menos culpa de buscar el éxito. Son
                              hipercríticos, se sirven del lenguaje que
                              necesitan y lo utilizan con una estrategia
                              conceptual, para lo cual cada vez es
                              más importante la formación”, sostiene
                              Jacqueline Lacasa.
 Pincho Casanova, gestor
                              de El monitor plástico, espacio que
                              emite Canal 5, descree de los órdenes
                              etarios. “Hay pintores septuagenarios que
                              se largan a la instalación y veinteañeros
                              que toman el pincel y se aproximan cuidadosamente
                              a la tela. Las clasificaciones
                              ponen un mojón referencial para ayudar
                              al lego a rumbearse en el tupido universo del arte, pero pueden significar lentes
                              deformantes
 |  |   en la percepción directa de
                              la obra”. Obligado a pensar en los jóvenes
                              artistas como un corpus, Fernando López
                              Lage, director de la Fundación de Arte
                              Contemporáneo (FAC), los define como
                              “una generación que nace en el cambio
                              de siglo y empieza a generar obra con tópicos
                              bastante nuevos, donde se mezclan
                              formatos, o se desarrollan ideas parecidas
                              pero con diferentes soportes”. ¿Qué les
                              preocupa? “La resignificación es un gran
                              tema. La crisis de la autoría y de la originalidad
                              como valores. Es la misma remasterización
                              que se da en otros ámbitos, una
                              mirada nueva de la historia del arte o de
                              ítems que siempre se trataron. De alguna
                              manera lo que es el DJ a la música”.
                              En estas páginas, una selección arbitraria
                              de la joven guardia que viene siendo
                              exhibida, premiada y, en el mejor de los
                              casos, vendida en Uruguay.
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                        |  |  
                        | los otros Incluso los que ignoran su carrera
                          pueden identificarlo por el afiche de la
                          película Whisky o la portada del disco
                          Amanecer búho, de Buenos muchachos.
                          Los retratos en pastel óleo con una
                          distorsión más o menos evidente en las
                          facciones han sido el sello de Martín
                          verges rilla, especialmente los que llevan
                          fondo naranja. Pero, como a todo autor
                          contemporáneo, a este discípulo de Clever
                          Lara tampoco le gustan demasiado los
                          encasillamientos.
 De manera que Verges,
                          nacido hace 34 años, sostiene ahora que
                          cuando el naranja asoma en sus obras
                          es porque sus protagonistas pertenecen
                          a un mismo universo.
 “Me interesa la
                          intertextualidad de los personajes”, aclara.
                          Se desprende de lo anterior que hay
                          muchos mundos posibles orbitando en la
                          mente de este artista ganador del Premio
                          Cézanne 2006, gracias al cual completó
                          una residencia en la Cité Internationale des
                          Arts en París y dos meses en la Maison des
                          Auteurs en Angoulême, donde participó en
                          un festival de comics. Verges ha expuesto
                          sus dibujos, pinturas e instalaciones en
                          América Latina, Estados Unidos y Europa.
                          Participó en la I Bienal de Artes Visuales del
                          MERCOSUR y en la V Bienal Internacional
                          de Pintura de Cuenca. Entre otras tantas
                          distinciones, obtuvo el Premio Banco
                          República en el 51º Salón Nacional de
                          Artes Plásticas y Visuales. Como artista
                          profesional, hace años que vive de su
                          trabajo y de la docencia. “Me gusta dibujar
                          desde los catorce años, y por más que
                          incorporo cosas, o desaprendo, siento
                          que básicamente es lo mismo. Dibujar
                          es un momento promedio en mi vida”,
                          reflexiona ahora, cuando tiende a utilizar las
                          propias salas como soporte de sus dibujos.
                          Trabajos con su rúbrica están a la venta en
                          su taller montevideano, en Buenos Aires,
                          Puerto Rico y hasta en una pequeña galería
                          parisina. Su obra más cotizada alcanzó los
                          10 mil dólares, aunque reconoce que esas
                          sumas no se logran con frecuencia.
                          Aparte de su camino individual, Verges
                          desarrolla una veta de experimentación
                          junto a Genuflexos, un colectivo que se
                          conformó al mismo tiempo que una banda
                          de rock, en el año 2002. “Es un grupo que
                          intenta fusionar lo punk y lo renacentista,
                          que suenan como cosas antitéticas y en
                          realidad no lo son”. Hace dos años se
                          asociaron con otros artistas para realizar
                          expediciones a diversos parajes, donde
                          conviven durante 15 días y, por ejemplo,
                          cotejan la flora que encuentran con la
                          que figura en los libros, o retratan a los
                          habitantes. Eso fue lo que hicieron en
                          La Coronilla, trabajo que cerraron, a su
                          regreso, al recuperar un espacio perdido
                          de Montevideo, reconvertido en una sala
                          donde organizaron una muestra, un toque
                          de la banda y la presentación de un libro
                          que recoge el proceso de su expedición.
                          Su propuesta, pues, interactúa con la
                          sociedad. El interés, dicen, radica más
                          en llevar a cabo los proyectos que en
                          difundirlos posteriormente. “Lo más vital
                          no está en lo consagrado; se está gestando.
                          Por eso me interesa relacionarme con
                          gente que no tiene vínculo con el mercado
                          del arte. En el trabajo grupal pongo mi Mr.
                          Hyde, mi parte oculta y latente, metiéndola
                          en el anonimato”.
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                        |  |  
                        | Funcionario
                          modElo La mayoría de la obra de Javier abreu
                          está en Suiza, como parte de una colección
                          privada de arte contemporáneo. Latas de
                          atún con el rostro de El empleado del mes
                          y fotos del personaje en grandes dimensiones
                          con fetas de salame cubriéndole la
                          pelada fueron la perdición del coleccionista
                          foráneo. Abreu dice que la venta ascendió
                          a 27 mil dólares, aunque la cifra suene
                          desmedida para la cotización del arte local.
                          Lo cierto es que hace apenas dos de sus
                          32 años que Abreu vive del arte, y desde
                          que en 2002 presentó en sociedad a su
                          alter ego más conocido no para de viajar.
                          México, Chile y Alemania ya supieron de
                          sus performances, nunca tan extremas
                          como la vez que comió una hamburguesa
                          de sus propios excrementos en una acción
                          que dio en llamar Degustación de productos.
                          Este mes, con su reciclado uniforme
                          de la más célebre cadena de comida rápida
                          –a la que ingresó exclusivamente para llevarse
                          la ropa– integrará el envío uruguayo
                          a la décima Bienal de La Habana, cuyo
                          leitmotiv es Integración y resistencia en la
                          era global.
                          Justamente entre esos dos polos se ha
                          movido Abreu en el campo artístico montevideano.
 Ex alumno de Comunicación,
                          diseño yBellasArtes (taller Musso-Seveso),
                          la pintura figurativa forma parte de su pasado,
                          el videoarte estuvo en sus comienzos y
                          el conceptualismo pop es su condecorado
                          presente.
 “Hace años que no toco un pincel”,
                          admite el ganador del último premio
                          Paul Cézanne, que otorga la Embajada
                          de Francia. En diciembre pasado fue distinguido
                          además por el Centro Cultural
                          de España en el 53º Premio Nacional de
                          Artes Visuales, al que se presentó con una
                          casa realizada con un billete de un dólar
                          sobre una base que rezaba “Sudamerican
                          buey of life”.
 Con el currículum engrosado
                          y hasta un volumen en librerías (edición
                          de autor sin logos ni distribuidores) con el
                          que intenta cerrar el extenso capítulo de El
                          empleado del mes, Abreu parece contar
                          con la legitimación del medio, aunque a
                          través de sus obras viene postulando una
                          burla al sistema y sus códigos, con una
                          sonrisa sempiterna que intercambió con
                          la de Tabaré Vázquez o una gestualidad
                          que supo copiar de Hitler discurseando.
 Miembro activo de la Fundación de Arte
                          Contemporáneo, monitor de sala de la
                          colección Engelman-Ost y columnista de
                          arte en revista Freeway, Abreu no se priva
                          de desnudar los códigos no escritos del
                          mundillo en que se mueve: “tengo un personaje,
                          Caín, que se prostituye para lograr
                          un lugar en el mundo del arte. Es el joven
                          emergente que está dispuesto a todo. Es
                          una crítica positiva. Lo único que hago es
                          materializar lo que veo en determinadas
                          relaciones, porque todos sabemos que
                          funciona así”.
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                        |  |  
                        | madEras FamiliarEs El orgullo de andrés santangelo
                          son unos perros en fibra de vidrio que
                          demandaron 60 horas de trabajo cada
                          uno en el taller de volumen y modelado
                          del Instituto Escuela Nacional de Bellas
                          Artes. Después de sortear un llamado e
                          intervenir con ellos los jardines del Museo
                          Nacional de Artes Visuales en 2006, los
                          tiene en el fondo de su casa de Paso
                          Molino, rodeando un árbol al que le levantan
                          la pata. Sus modelos fueron los pichichos
                          que tiene como mascotas, a los que
                          bocetó en plasticina en menor dimensión.
 Dependiendo del entorno en el que vaya
                          a implantar sus figuras, los bocetos son
                          un dibujo o un fotomontaje. Trabajar en
                          fibra de vidrio fue un desafío con reglas
                          propias para este escultor nacido en 1973
                          y formado en el taller de Javier Nieva, en la
                          Facultad de Arquitectura y en Bellas Artes,
                          donde hoy es docente. Luego del boceto
                          a escala modeló en barro a tamaño real y
                          del resultado sacó un molde con capas de
                          fibra y resina.
 “Es fácil de contar y bastante
                          más difícil de hacer”, reconoce después
                          de haberse enfrentado a una técnica que
                          quienes reparan lanchas, por ejemplo,
                          tienen más dominada. Además, hay que
                          contar con los vapores tóxicos que despide
                          el material. “Es un lenguaje que se
                          asimila a la fundición: hacés un molde y
                          después copias. Pero hacer fundición acá
                          es inviable, es un berretín.
 Mi obra tiene
                          mucho de eso, de jugar con la tradición
                          escultórica como oficio, del bronce, de la
                          talla en piedra o en madera, de los moldes
                          de yeso, pero dándole el toque inconfundiblemente
                          contemporáneo.
 Ahí está mi
                          guiño”, explica Santangelo, quien también
                          probó haciendo bodegones escultóricos
                          emulando las pinturas de Cézanne. A
                          pocos pasos de los perros, a los que dio
                          un acabado de esmalte grafiteado, está
                          el taller del artista, de donde salen piezas
                          bien distintas, en madera y mármol.
                          Materia prima no le falta. Cuando un conocido
                          hace podas en su campo, cuando un
                          temporal arrasa, o cuando hay demasiada
                          sombra en su propio terreno, allá va el
                          escultor. No es extraño que se deje guiar
                          por la forma que le sugiere una rama de
                          ciprés, un tronco de araucaria, un roble
                          africano, un ligustro. “Cada cosa tiene
                          su historia. Mi fuerte es la madera: tallo
                          desde los trece años. Cuando trabajás
                          piedra es otra tecnología, es bien trabajo
                          de picapedrero. Trabajo en mármol blanco,
                          que en Uruguay hay bueno. También he
                          hecho cosas en mármol de Carrara de
                          demolición. Es un material alucinante”.
                          Pese a que atesora gubias de todo tipo
                          asegura que “ya no es una opción, hay
                          que trabajar con máquinas, motosierra,
                          electrosierra, porque cuanto más conocés
                          el material te acorta los tiempos y deja
                          una impronta”.
 No es frecuente toparse
                          con escultores. “Lo decía Podestá: cada
                          cien pintores hay cinco escultores. Tiene
                          que ver con la infraestructura necesaria”,
                          opina Santangelo, que vive de la docencia.
 Su trabajo mejor pagado lo logró al ganar
                          el concurso para realizar el nuevo mascarón
                          de proa del buque escuela Capitán
                          Miranda. En equipo con Javier Abdala y
                          otras cuatro personas, con quienes ejecutó
                          el proyecto, tuvo que atenerse a los
                          requisitos que imponían las bases, entre
                          ellos incluir el nombre del barco y la cara
                          de Artigas, para la cual tomaron como
                          base el rostro pergeñado por Zorrilla.
                          Recibieron 21 mil 500 dólares, y cada
                          año, cuando el Capitán Miranda regresa
                          al país, se encargan de efectuar las tareas
                          de mantenimiento, ya que el mascarón se
                          desgasta con cada travesía. En cuanto a la
                          experimentación, el escultor no se detiene.
 “El año pasado en Bellas Artes hicimos
                          un trabajo de música con escultura.
 Sobre una pista electrónica tocamos arriba
                          como una banda de motosierras, taladros,
                          amoladoras, y la escultura era como un
                          resultado aleatorio de la huella que iba
                          dejando la máquina.
 Estuvo bueno. Lo
                          vamos a seguir laburando”, promete.
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                        |  |  
                        | sociEdad
                          dE consumo El retorno de la tasa de inversión
                          en el arte nacional es el tema de la
                          tesis de agustín sabella (Montevideo,
                          1977), artista y estudiante de Dirección
                          de Empresas. Las conclusiones no son
                          muy alentadoras, a menos que se esté
                          inserto en el campo del arte y se sepa
                          exactamente en qué artista emergente
                          depositar la confianza. De lo contrario,
                          según los estudiosos de la economía de
                          la cultura, el arte es un negocio riesgoso.
                          Sabella no encuentra conflicto en vender
                          sus cuadros y dice que hasta ahora no se
                          puede quejar.
 “Parto de la base de que el
                          arte es un producto elitista. Si yo quiero
                          comprar un Mercedes Benz no puedo ir
                          con dos mil dólares a la automotora. Esto
                          es lo mismo”. Expuso por primera vez en
                          julio de 2007 y la mejor venta que realizó
                          ascendió a 5 mil dólares. Es el precio de
                          su faena: alrededor de nueve horas diarias
                          en su taller del FAC, donde desde hace
                          tres años su street art se adueñó hasta
                          de las paredes.
 Trabaja en simultáneo en
                          varios cuadros y pide opinión cuando se
                          confunde.
 “Tengo una abuela que pintaba,
                          una tía abuela que hacía tapices. Era
                          el nieto al que llevaban al museo y le regalaban
                          lápices de colores.
 Mis cuadernos
                          de niño están todos garabateados. Es una
                          larga experimentación. Hice unos años en
                          Bellas Artes y no me aportó nada. Para
                          ellos, arte contemporáneo es el de 1960”,
                          dispara, tajante. Su obra son casi siempre
                          stencils, es decir, plantillas con motivos
                          recortados que aluden a la iconografía
                          pop, esmaltes, acrílicos y sprays vibrantes
                          sobre tela, madera o metal. Muchas veces
                          sobre chapas de señalización apropiada,
                          o sobre puertas de heladeras o lavarropas
                          viejos. Sabella trabaja con capas de
                          sentido: detrás de sus pinturas saturadas
                          es posible distinguir todavía la textura
                          previa, los logos, las marcas; un verdadero
                          palimpsesto. Tituló Prócer a la pintura de
                          Artigas en el cuerpo de Charles Atlas con
                          taparrabos animal print sobre una bandera
                          patria gastada. ¿Y cómo define él al arte
                          joven? “Creo que es un tema cultural más
                          que de edad. Ves una obra de Margaret
                          Whyte y tiene cordones flúo.
 El campo del
                          arte en Uruguay tiene de todo. Hay mucha
                          gente talentosa, pero que me guste, poca
                          cosa. Juan Burgos me alucina y tiene
                          bastante que ver con lo que hago, por
                          más que él utiliza collage, pero tiene una
                          vuelta irónica igual que yo”. Admirador de
                          Bansky y Damien Hirst, asegura sin dudar
                          que la mejor obra que vio en su vida fue la
                          Capilla Sixtina: “fue un shock”. Hasta hace
                          unos meses, cuenta, para pintar con flúor
                          en Uruguay había que fabricar la pintura
                          con los pigmentos, importarla de Estados
                          Unidos o decidirse por el aerosol. “El sténcil
                          me permite lograr una imagen súper
                          limpia. Siempre me dio por pintar todo
                          lo que encuentro. En la calle está bueno
                          porque tenés un contexto que refuerza la
                          idea. Si encontrás la imagen y el lugar adecuados,
                          hay como una sinergia. Aparte,
                          sorprendés.
 Con que lo vea una persona
                          y se ría ya está”. Últimamente, cuando
                          se cruza ocasionalmente con otros graffiteros,
                          está repitiendo la imagen de un
                          niño de cuatro ojos.
 “Es el que desea
                          todo, pero también es el panóptico, el
                          control social”, explica Sabella, gran lector.
                          Obras suyas obtuvieron una mención de
                          honor en el Premio Cézanne 2006, fueron
                          exhibidas en el Museo Nacional de Artes
                          Visuales, en el MEC y en Engelman-Ost,
                          además de estar permanentemente en el
                          FAC y de integrar colecciones particulares
                          en Estados Unidos, Suiza y Uruguay. A
                          Sabella le interesa el campo del arte desde
                          todos los ángulos, incluso dando clases a
                          niños o haciendo curadurías.
 No descarta
                          nada, salvo que no quiere estar en una
                          galería comercial, al estilo ortodoxo, por
                          nada del mundo.
 |  
                        |  |  
                        | puntadas sin hilo ana campanella acaba de encontrar
                          una veta en la cual piensa seguir un buen
                          tiempo.
 Es el bordado en aluminio, esto es,
                          alambres insertos en planchas de metal o
                          sobre planchas de mdf (madera compensada)
                          forradas con lienzo, dibujando con
                          sus contornos desde retratos que tienen
                          como base una fotografía hasta portadas
                          de revistas de moda.
 Esa es la causa de
                          que un motor de mecánico dental se haya
                          sumado a las herramientas de esta futura
                          arquitecta de 28 años para poder perforar
                          el material. “La rigidez del metal y lo blando
                          de las imágenes conviven en cada obra
                          generando situaciones de particularidad”,
                          describe Campanella en la página web del
                          FAC sobre esta nueva etapa de su carrera
                          que se remonta al año 2005.
 Antes se
                          había dado a conocer como artista digital,
                          con técnicas de animación y fotografías
                          intervenidas, y como tal expuso y recibió
                          premios en Uruguay, Argentina y Chile. En
                          ese momento su obra era muy colorida.
                          Ahora la computadora la ayuda a concebir
                          una primera parte de estos bordados, el
                          paso previo a ejecutarlos. La etapa racional
                          queda confinada a la máquina, pero una
                          vez que se traslada al metal trata de darle
                          al material la máxima expresividad plástica.
 “Mirando televisión y revistas se me
                          disparan ideas, entonces las escaneo o las
                          busco en internet, después las dibujo en
                          Photoshop o en Corel. Ahí las calco, hago
                          el boceto, le agrego, le quito elementos, lo
                          imprimo y lo trabajo como molde.
 Lo pongo
                          arriba de la plancha y lo calco en la chapa”,
                          explica. Campanella se vale de alambres
                          de distinto grosor, y como las chapas no la
                          terminan de convencer, quizás cambie por
                          el anodizado, ya que el aluminio se mancha
                          con facilidad. En el pasaje de la portada
                          tomada como modelo a la obra que la
                          recrea no sólo hay un cambio de soporte.
 También agrega sin inocencia logos que
                          pueden llegar a ocupar el lugar de la boca
                          o bordados menos atados a la plancha,
                          que operan como un bajorrelieve rebelde,
                          que se desentiende del plano y multiplica
                          su trama hacia el espacio en dirección al
                          espectador. “Trato de mantener el espíritu
                          del bordado”, argumenta. Para presentarse
                          al Premio Paul Cézanne, cuya premisa
                          eran los años ‘60, bordó una campera
                          con consignas en francés y el nombre de
                          Liber Arce, y agregó un ringtone con La
                          Internacional sonando. Lo más reciente de
                          su búsqueda es la inserción de bordados
                          de hilos de aluminio sobre diversas prendas,
                          incluso calzado. Las preocupaciones
                          conceptuales, en cambio, siguen siendo
                          las mismas.
 “La relación de la mujer con
                          las revistas, la publicidad y la moda. La
                          respuesta ante el agobio de cómo tiene
                          que ser”.
 Su mejor venta, hasta el momento,
                          ascendió a mil 700 dólares, y el futuro
                          inmediato la encontrará este año en la feria
                          ArteBA con la galería Del paseo.
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                        | mundo dE JuguEtE ana bidart explica que el arte es
                          algo natural en su vida, ya que su padre
                          es pintor.
 Claro que su paleta cromática
                          difiere en extremo: ella suele utilizar
                          tonos pastel, el rosado, el fucsia y otros
                          colores generalmente asociados con lo
                          femenino. Se ha hecho conocida por
                          trabajar con materiales de baja complejidad,
                          como la goma eva, que al principio
                          exploraba en el plano.
 Diseñaba púberes
                          sufrientes y sexuados, en un entorno de
                          estrellas, corazones y arco iris, con claras
                          reminiscencias a la crueldad del manga.
                          Gradualmente le encontró posibilidades
                          escultóricas y más abstractas. Probó
                          armando prismas hasta que decidió que
                          era mejor montar capas de colores como
                          extrañas montañas sicodélicas. Las corta
                          con tijera –su prolijidad es característica–
                          de forma sinuosa, orgánica, y con
                          paciencia ve elevarse sus obras de hasta
                          trescientas láminas, que une con Cascola
                          y coloca en cubos de acrílico.
 "Tengo una
                          estética random, de licuadora", sostiene
                          a sus 24 años. Formada en el Centro de
                          Diseño Industrial tanto en la vertiente textil
                          como en la industrial, confiesa que nunca
                          abandonó la cartuchera y que los niños
                          son su público más entusiasta.
 Lo dicho
                          no obsta para que una pieza de la serie
                          Fin del mundo haya sido seleccionada
                          en el Premio Nacional de Artes Visuales
                          Hugo Nantes y que su dimensión escultórica
                          haya sido validada al ser invitada
                          a Una sombra en el arte uruguayo, nada
                          menos que un homenaje al artista Gonzalo
                          Fonseca.
 Si bien los volúmenes de Bidart
                          tienen una apariencia cándida, su intención
                          es contraria: la creadora no los concibe
                          como montículos que se elevan sino que
                          se desmoronan.
 “Nada es lo que parece”,
                          asegura Bidart, quien ya fue curadora invitada
                          del Concentrado de arte y diseño del
                          programa Plataforma, del MEC.
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                            | CuestiOn de espACiO “El arte joven no es lo que más se vende. En
                              Uruguay no existe un mercado del arte. La gente
                              compra lo que le gusta, no por la edad del artista
                              o porque sea una inversión”, anota Pablo Marks,
                              con medio siglo de trayectoria al frente de
                              Galería Latina. Para acceder a un sitio en su local,
                              Marks se refiere a “calidad artística” y pone el
                              ejemplo de Raúl Olivera, un pintor joven que
                              se inclina por los motivos campestres. No es el
                              único requisito, advierte. “Aquí todos los artistas
                              deben tener una empresa unipersonal para aportar
                              a la DGI y al BPS, y no todos pueden lidiar
                              con esos trámites engorrosos, ni todos alcanzan
                              las cifras mensuales que para ello se requieren.
                              Para el artista joven es mucho más fácil exponer
                              en centros culturales extranjeros o en museos
                              y salas del Estado que en galerías comerciales.
                              Dios quiera que en un futuro se revea”. Aparte de
                              los escollos burocráticos, el veterano galerista
                              advierte cierta incompatibilidad edilicia con las
                              expresiones en soportes no tradicionales: “no
                              hay espacio físico en una galería comercial. Yo
                              creo que el lugar natural del artista joven son
                              los museos”.
                              A Isidra Delfino, de 525 Art, no la desvela el
                              espacio. La suya es una galería cien por ciento
                              digital. “Nosotros representamos sólo artistas
                              uruguayos, en su mayoría jóvenes o lo que se
                              llama emergentes, artistas que ya están en el
                              mercado, que han ganado premios, que tienen
                              reconocimiento pero que no necesariamente
                              están a la venta de forma sostenida”. Su colega
                              en el mundo virtual Enrique Abal Oliú comenzó
                              con Arteuy en 2001 y actualmente los nuevos
                              talentos ocupan una cuarta parte de su catálogo.
                              Abal plantea con franqueza las reglas del
                              negocio: “los artistas emergentes tienen precio
                              de emergentes, lo cual los hace tentadores
                              para un eventual comprador o coleccionista que
                              quiera apostar con menos plata a un catálogo
                              más numeroso y con posibilidades de crecer
                              en el futuro”. La cotización de la obra depende
                              de cuántas exposiciones tuvo, el tamaño de la
                              pieza, la técnica y otras tantas variables, pero en
                              general oscila entre 300 y 500 dólares.
                              En Marte Upmarket, ubicada sobre la calle
                              Colón de la Ciudad Vieja, los artistas jóvenes
                              copan el 50 por ciento del stock. “Me interesan
                              mucho, como me gustan los discos nuevos, pero
                              sigo escuchando a Pink Floyd”, bromea Gustavo
                              Tabares aludiendo a artistas de generaciones
                              mayores pero con un alto grado de originalidad,
                              como Ernesto Vila o Cecilia Mattos. Ante el desafío
                              de nombrar a los jóvenes más prometedores
                              cita a Abreu, Verges y Ernestina Pereira, “una
                              artista muy jovencita que ahora está trabajando
                              obras con pelo”.
                              En tren de destacar a algunos de sus artistas,
                              Abal subraya que “Juan Pedro Paz, si bien ha
                              tenido algún premio en el (ex) Salón Nacional,
                              tiene mucho potencial de futuro. Otros, como
                              Ana Méndez, por ejemplo, cuando empezamos
                              eran emergentes y ya no lo son más, porque han
                              hecho muestras por todos lados".
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                        |  |  
                        | irrupcionEs
                          urbanas Recientemente bajó del Centro MEC
                          la última muestra colectiva en la que
                          gerardo Podhajny participó. Se llamó
                          Homenaje a la cursilería y contó con la
                          curaduría de Alfredo Torres.
 Allí el artista
                          montó un altar pagano en base a una foto
                          que le tomó a su madre junto a un ramo
                          de rosas rojas, a partir de la cual imprimió
                          estampitas rebautizándola como Santa
                          Alicia, nuestra señora de Malvín Norte.
 Fue menos problemática que aquella intervención
                          a mediados de 2008, con curaduría
                          del argentino Ezequiel Steinman y en la
                          misma sala, consistente en un caudal de
                          desperdicios tal que los organizadores lo
                          invitaron a retirar el colchón sucio y gastado
                          que formaba parte de su propuesta.
                          El propio artista reconoce que el colchón
                          apestaba. Para mayor desconcierto de los
                          presentes, durante el vernissage Podhajny
                          y sus secuaces repartieron parte del dinero
                          destinado a montar su exposición. Él
                          es el mismo que hace dos años desperdigó
                          por la sala de exposiciones del Subte
                          pequeños muñecos confeccionados con
                          objetos encontrados en la calle o directamente
                          en la basura. Decir que los confeccionó
                          es exagerar bastante, ya que la serie
                          estaba compuesta por trifásicos chamuscados,
                          piezas de grifería, tapones, palillos,
                          cables y desechos de todo tipo a los que
                          sólo agregó un par de ojos de plástico.
 Al
                          conjunto de piezas lo llamó Proceso de
                          legitimación del espacio urbano –aunque
                          en confianza les decía simplemente bichitos–
                          y gracias a él se hizo con la mención
                          de honor del Salón Municipal 2007, no sin
                          sorpresa de sus colegas.
 Mientras desarrolla
                          distintos proyectos de arte efímero
                          en los que frecuentemente denuncia
                          empresas, productos o realidades a través
                          de lo que considera una acción subversiva,
                          paralelamente, este egresado del Centro
                          de Diseño Industrial se gana la vida como
                          creativo publicitario. Quiso el destino que
                          tuviera que diseñar campañas para causas
                          a las que se había opuesto en su faceta
                          como artista. Gajes del oficio, tuvo que
                          admitir. En el otro extremo, con su colectivo
                          Hungry Artist Foundation desarrolla
                          iniciativas callejeras que incluyen murales
                          y performances frente a un público poco a
                          nada prevenido. Los proyectos del grupo,
                          integrado por un número variable de personas,
                          y con frecuencia asociado a otros
                          colectivos, suelen plantearse con un presupuesto
                          reducido, que reafirma el nombre
                          que los reúne. Podhajny tiene a Marina
                          Abramovic (Belgrado, 1946), considerada
                          una de las abuelas de la performance,
                          como una artista a seguir, aunque es el primero
                          en reconocer que sus acciones implican
                          poco o ningún riesgo. Un amigo suyo,
                          cuenta, realiza una performance durante la
                          cual se cose un botón al lóbulo de la oreja.
 Claro que ese amigo no fue admitido en el
                          circuito artístico oficial. Todavía.
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