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                        | Anclar en PuntaBrisa Marina
 Internarse en el puerto de la península es sumergirse en un mundo donde a diario coexisten el ocio,
 el deporte y el trabajo.                            ¿Cómo es la vida en los muelles más mentados del verano?
 
 Por: Macarena Langleib. Fotos: Andrés Pittier.
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                            | Un olor penetrante y la
                                presencia de un lobo
                                marino descansando
                                en el cemento. La primera
                                impresión no es
                                concluyente. Ni siquiera
                                anticipa la elegancia de
                                las cubiertas pulcras y
                                brillantes, como debiera
                                ser la túnica de un escolar de anuncio
                                publicitario. En el puerto de Punta del Este
                                bien que pasarían la prueba de la blancura
                                las lanchas, los yates, las motos de agua
                                que lavado tras lavado se alistan en las
                                amarras o al borneo con sus nombres de
                                mitología griega, de bon vivant, de animal,
                                de planta, de auspiciante generoso
                                o de chiste interno. No conviene rebautizar
                                un barco o será mal augurio, explica
                                un regatista. Por las marinas desfilan los
                                tripulantes y los curiosos, el personal de
                                mantenimiento y los delivery, los visitantes
                                distendidos que salen a caminar con
                                el perro y las muchachas que conversan
                                confundiendo el lugar con una pasarela.
                                No cabe un alma. El mayor puerto deportivo
                                del país está a tope cuando se pasa
                                revista en pleno verano. El lobo de mar no
                                se inmuta, sin embargo. Se sumerge, caza
                                una raya y la mastica frente a los turistas
                                que pasan comentando.
                                Mientras algunos carteles dan cuenta
                                de que no hay cupo –tampoco en la guardería
                                de barcos, en tierra firme–, otros del
                                Ministerio de Transporte y Obras Públicas
                                anuncian reformas inminentes. Hay varias
                                obras en proceso, ya que el recinto portuario
                                se inicia en la Parada 3. Un cambio
                                consiste en el reacondicionamiento de
                                la señalización y en la reparación de las
                                estructuras portuarias. Incluye el muelle
                                oficial, los de transición, las marinas uno y
                                dos, los muros de ribera, el muelle interior
                                y la escollera. Esa obra empezó el año
                                pasado pero se detuvo antes de que diera
                                inicio la temporada. Los trabajos pararon el
                                30 de noviembre y se reanudarán a partir
                                del 1 de abril. Hace más de una década
                                que no se pone a punto esa área. Si bien
                                se efectúan labores de mantenimiento y
                                pintura dos veces al año, las características
                                climatológicas y su condición de puerto
                                oceánico exponen las estructuras a un
                                desgaste considerable. Éstas y otras obras
                                insumirán un presupuesto cercano a los 10
                                millones de dólares.
                                 Historia y presente
                                Descubierto en 1516 y denominado
                                primeramente Puerto de la Candelaria por
                                cumplirse el 2 de febrero día de esa santa
                                patrona, la expedición pionera estuvo al
                                mando de Juan Díaz de Solís. Como es
                                previsible, mucha agua tuvo que correr
                                hasta que en 1829 don Francisco Aguilar
                                fundara allí Villa Ituzaingó. En 1843 la
                                península y la Isla de Gorriti fueron vendidas
                                a dos hermanos británicos apellidados
                                Lafone y desde 1907 la zona es conocida
                                por su actual nombre. Fue frente a sus
                                costas que el 13 de diciembre de 1939 se
                                libró la Batalla del Río de la Plata, que culminó
                                con el hundimiento del Graf Spee.
                                Afortunadamente, hace tiempo que
                                las visitas son menos beligerantes. No se
                                trata ya de acorazados sino de cruceros.
                                u Se espera que más de un centenar haya
                                pasado por Punta del Este al finalizar esta
                                temporada. Destino ampliamente solicitado
                                por este tipo de pasajeros, cuyos
                                barcos suelen fondear en las costas de la
                                isla Gorriti, este año el puerto los recibió
                                con cubiertas livianas (toldos para que no
                                se mojen ni esperen al rayo del sol) sobre
                                el muelle principal y un sector de escollera,
                                dos de los tres puestos de desembarque.
                                Hay que visualizar un tráfico total de
                                aproximadamente 200 mil pasajeros.
                                En ellos y su desprendimiento piensan
                                los músicos callejeros apostados
                                en la rambla y los pasajes circundantes.
                                Los días que llegan esas embarcaciones
                                grandes como edificios se multiplican los
                                guitarristas y hasta es posible escuchar
                                a un hombre de ceño fruncido tocando
                                un arpa. Los vendedores ambulantes
                                también están atentos a los barcos que
                                atracan.
 |  | Algunos, como los que ofrecen
                                sombreros, esperan en las inmediaciones
                                con su mercadería, listos para huir de los
                                inspectores municipales. Por eso apenas
                                hablan y sólo revelan su nombre de pila.
                                Luis, oriundo de San Carlos, llegó los
                                primeros días de enero y dice que sus
                                compradores han sido principalmente brasileños.
                                El gorro blanco a 200 pesos es lo
                                que más aceptación tiene. Un buen día de
                                ventas para Raúl, en cambio, significa 30
                                o 40 sombreros de paja colocados a 150
                                pesos cada uno. Peón de la construcción
                                en Montevideo, va y viene de la capital
                                de acuerdo a las fechas de los cruceros y
                                trabaja a comisión. “En Punta del Este son
                                muy caras las pensiones”, dice. Debido a eso, aunque lleva siete años haciendo
                              temporada con los sombreros, nunca
                              probó suerte en las obras esteñas.
                              Otros, en cambio, trabajan con la habilitación
                              en regla y montan su puesto con
                              sombrilla incluida. “Esto es majestuoso,
                              pero son noventa días y después quedo
                              sola mirando el mar y los sueños”, se
                              queja algo poética María Migueles, que
                              hace 12 años se gana la vida vendiendo
                              en el puerto pastelitos a horno de leña y
                              empanaditas por las playas. Fue la salida
                              que encontró cuando perdió el negocio al
                              que le había dedicado 32 años. Frente a su
                              canasto de dulzuras se han detenido algunas
                              estrellas de TV, como Osvaldo Laport
                              o Andrea del Boca, recuerda María. Los
                              pasteles llevan relleno de dulce casero y
                              cuestan treinta pesos, aunque esta señora
                              de uniforme esmerado tiene tarifa diferencial
                              para turistas y “laburantes”.
                               A tope “Esto es puramente placer”, confiesa
                                sin culpas Charly, un bonaerense que
                                tocó puerto como tripulante del Proios
                                Titis, compitiendo en el Circuito Atlántico
                                Sur por la copa Rolex. Junto a su equipo,
                                en las amarras, despliega los trajes y los
                                numerosos petates en el poco espacio
                                que queda libre en cubierta y parte de
                                la marina. Llegó la hora de poner orden.
                                Responsable de la táctica, es el capitán pero no el dueño del barco, para más
                                datos, de nueve metros de eslora, con un
                                calado de 1.80 y una manga de tres. Un
                                sloop básicamente pensado para correr,
                                en el cual entran seis personas pero sin
                                las comodidades de otras embarcaciones.
                                “Si bien cada uno tiene un puesto determinado,
                                en una regata como ésta, en la que
                                pasás la noche, hay que hacer guardias y
                                ahí hacés de todo: cambiás velas, timoneás
                                o hacés bandas, que es cuando te sentás
                                en los costados para equilibrar y enderezar
                                el barco. Llegar a Punta del Este fue bravo
                                porque tuvimos Pampero, se largó con
                                vientos que llegaron hasta 40 nudos y se
                                movió muchísimo”. Suena como todo un
                                profesional, pero se apura a aclarar que el
                                deporte sigue siendo amateur a pesar de
                                que los que corren no lo son. “Acá no hay
                                plata. Todo el mundo corre por el honor”,
                                recalca este porteño que navega desde
                                que tiene uso de razón. “Con el dueño del
                                barco somos amigos desde los 15 años,
                                prácticamente hermanos. Mis padres me
                                iniciaron en la náutica cuando casi no
                                caminaba. Nacimos en el agua”, remata.
 Su rutina diaria, en el otro extremo, está
                                lejos de las olas y la aventura, al frente de
                                una inmobiliaria.
                                Las marinas tres y cuatro, las más
                                antiguas del puerto de Punta del Este,
                                serán demolidas y vueltas a levantar a
                                partir del 15 de marzo. La tres ocupará el mismo lugar que ahora, pero con un
                                talón entre ambas que permitirá poner
                                embarcaciones de mayor eslora, adelanta
                                el técnico Carlos Ferreira Silva, jefe de
                                puerto. Además, se construirá una quinta
                                marina. Con ello subirá a 540 el número
                                de amarras, que hoy en día asciende a
                                512.
 |  | De ésas hay que considerar que tres
                                se destinan a la Dirección Nacional de
                                Hidrografía, tres más a servicios, otras
                                tantas a la Prefectura Nacional Naval, 24
                                para embarcaciones de pesca artesanal y
                                20 para embarcaciones de tráfico, es decir,
                                las que organizan salidas a Isla Gorriti e Isla
                                de Lobos, entre otros paseos. El resto, lo
                                contrata quien quiere y puede. “Tenemos
                                una demanda muy grande los meses de
                                enero y febrero. Se puede decir que seguro
                                se completarían dos puertos. El tema es
                                que en baja temporada la ocupación es de
                                un 50 por ciento”, subraya el técnico. “Hoy
                                el puerto no puede recibir embarcaciones
                                de 50 metros, por ejemplo. Varias de ésas
                                están acá en temporada pero al ancla. En
                                otros puertos esos barcos pueden ir a
                                muelle. Acá no tenemos estructura para
                                ellos, lo máximo son 30 metros y generalmente
                                esos lugares están cubiertos.
                                Nuestras reservas se hacen con un año
                                de anticipación, entonces es complicado.
                                Esto es como un hotel: te dicen ´está
                                ocupado` y te vas porque no hay lugar”. De
                                acuerdo a lo que señala, no hay muchas alternativas para no perder a ese turista.
                              “Evacúan la duda telefónicamente; si no
                              hay lugar no zarpan y no vienen. El día
                              antes de una regata, por ejemplo, hay 40
                              amarras que se tienen que ir, y la mayoría
                              no quiere”.
                              Cuando hay regata se acomodan, por
                              usar una falacia, dos barcos por amarra.
                              Del desalojo amable a veces se benefician
                              otros puertos deportivos, que también
                              administra Hidrografía, como los más cercanos
                              de La Paloma y Piriápolis. Pero lo
                              usual es que esos también estén completos.
                              La demanda es mucha porque sólo
                              el parque náutico argentino son 150 mil
                              embarcaciones, y poco a poco se ha ido
                              incorporando, además, el parque náutico
                              brasileño, en particular el de Rio Grande
                              do Sul, que son 300 mil embarcaciones.
                              Punta del Este es un hermoso vertedero
                              de los puertos de la región, pero pide
                              ampliación en forma urgente.
                              A metros de allí, en el edificio Yateste,
                              Pablo Defazio atiende interminables pedidos
                              cada vez que hay regata. Construido
                              en 1980 como local delYatchClub de Punta
                              del Este con objetivos diversos –desde bar
                              informal hasta suites para socios y sede
                              de la Comisión de Regatas y de las clases
                              de vela–, las funciones del edificio y
                              de la casa lindera se han ido ampliando.
                              Conocedor del paño, como regatista que
                              es, Defazio se arma de paciencia y trata
                              de cumplir con todos los que llegan, vela
                              en mano, pidiendo una reparación. Con 27
                              años de edad, Defazio ya es experimentado,
                              puesto que navega desde que tenía
                              nueve. Actualmente lo hace en un Snipe,
                              para dos personas, o en el barco que lo
                              inviten. Detrás de la máquina de coser, el
                              muchacho arregla los desperfectos ocasionados
                              por las travesías: velas de regata y
                              crucero, fundas, lonas y carpas. El trabajo
                              es contrarreloj: los barcos deben volver
                              a competir. “Hace dos años, durante la
                              regata Rolex, estuvimos dos noches sin
                              dormir”, narra. El service es complicado
                              en esas condiciones, porque las roturas
                              de una regata son numerosas. Las velas
                              blancas distan mucho de una sábana blanca.
                              Son comúnmente de dacron, una tela
                              similar al poliéster, utilizada en cruceros.
                              Hay otras laminadas, una mezcla de film y
                              tejido, más resistentes y livianas, indicadas
                              para regatas. Se pueden arreglar hasta
                              que se desgastan indefectiblemente. Los
                              barcos llevan varias velas, una para cada
                              viento, pero los repuestos no van a bordo,
                              porque son peso muerto. Una vela puede
                              costar unos mil dólares y ponerle un parche,
                              con el que se puede estirar su vida
                              útil un año, se cobra cerca de 100. Con los
                              precios estimados a la vista se entiende
                              por qué los competidores hacen cola para
                              que les emparchen las velas, al menos,
                              una vez más.
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                              | Memorias de la pesca Un barco de arrastre que sale anualmente
                                de La Paloma consigue los caracoles
                                que terminan vendiéndose en Punta
                                del Este. Descartada la pulpa, queda la carcasa,
                                que se valora de acuerdo a su tamaño:
                                treinta pesos la más chica, doscientos
                                la mediana y cuatrocientos la grande.
                                Igual que esta última cuesta la mandíbula
                                de angelito, pez que llega a pesar unos
                                treinta quilos. Un souvenir más accesible
                                es la estrella de mar, a sólo diez pesos. Es
                                cuestión de vagar por la zona de tráfico del
                                puerto y encontrar los puestos.
                                Sentado en El argonauta, un barco
                                construido en 1912 que lo acompaña
                                desde hace un cuarto de siglo, Walter
                                Franco espera a sus clientes debajo del
                                muelle principal. “Siempre dije que un día
                                quería vivir de mi hobby y lo logré”, resume.
                                Tiene 65 años, se crió en el campo,
                                pero hace 35 devino hombre de mar. El
                                uruguayo no suele contratarlo para las salidas
                                de pesca deportiva o de paseo, pero sí
                                el turista regional o el europeo, y también
                                los orientales. “Los japoneses se vuelven
                                locos”, sostiene Franco. “Corvina, brótola,
                                pescadilla, parvo, congrio, chuchos… hay
                                de todo”, enumera el pescador. “El que
                                está en hotel deja la pesca, pero el que
                                está alquilando y puede cocinar se lo lleva.
                                Acá en el puerto se lo filetean; se lo lleva
                                lim-pi-to. En casa le pone sal y al sartén.
                                Ya está”. Hay dos tipos de viajes posibles
                                a bordo de El argonauta. Cuesta 70
                                dólares la hora para las familias. El precio
                                prevé todos los enseres, y dos personas
                                que se encargan de encarnar y sacarles
                                luego los anzuelos a los peces. “Los
                                que nos ensuciamos las manos somos
                                nosotros”, aclara el pescador, divertido.
                                El turista prácticamente hace la mímica
                                de la pesca: se sienta con todo listo y
                                espera que pique. El otro tipo de alquiler
                                es compartido, cuando se forma un grupo
                                de al menos seis personas, y en ese caso
                                se cobran 35 dólares por las tres horas de
                                pesca. Franco sale todos los días, dos o
                                tres veces, salvo durante y después de un
                                temporal porque, se sabe, el mar queda
                                revuelto. Más allá de las cañas, el paseo a
                                la Gorriti, a una hora de distancia, lo cobra
                                90 dólares la hora para el grupo de hasta
                                diez personas. ¿Momentos memorables
                                en El Argonauta? “Las grandes pescas con
                                los amigos. Ponemos un lechón arriba de
                                la mesa, vino, whisky, y hasta que no se
                                acaba no los dejo irse”.
 |  | Antes de zarpar
                                  Eugenio, nacido hace 16 años en
                                Rafaela, provincia argentina de Santa Fe,
                                es el orgulloso dueño de una moto de agua
                                y un jet ski que comparte con su padre y
                                su hermana. En Rafaela, imposible usarlas,
                                por eso las tienen todo el año en el Delta
                                del Tigre, en Buenos Aires. Claro que hace
                                ocho años que las vacaciones en el Este
                                no son tales si no llevan las motos. Las
                                usa casi todas las tardes, pero desiste
                                cuando el mar está picado. Una vez que
                                se hace al mar puede estar siete horas
                                andando, siempre con precauciones: usar
                                salvavidas, estar atento a las maniobras
                                de los demás y “tenerle respeto”, advierte.
                                Sucede que actualmente las motos acuáticas
                                vienen con dos llaves de seguridad,
                                una para andar más rápido que otra. Para
                                suerte de fanáticos como él, el horario
                                de regreso a puerto se extendió hasta
                                las 22. Todo esto cuenta mientras va a
                                buscar su moto a la guardería, donde el
                                mecánico Agustín Ponce de León le hace
                                el mantenimiento. Hasta hace dos años
                                se organizaba una competición que unía
                                Solanas y Piriápolis ida y vuelta, pero el
                                evento se suspendió por falta de sponsors.
                                La idea, cuenta Ponce de León, es
                                reflotar las carreras off shore para que
                                el público pueda seguir la competencia
                                desde la costa. “El parque náutico ha crecido
                                muchísimo en pocos años, a nivel de
                                tamaño de las embarcaciones y de motos
                                nuevas, entonces, ya la capacidad del
                                puerto es muy limitada para el usufructo
                                de este deporte”, explica el experto. En los
                                talleres se atienden problemas comunes
                                como baterías que no arrancan o recambio
                                de aceite. Entre las torpezas que constatan
                                los mecánicos figuran las consecuencias
                                de andar arriba de la arena o de no
                                lavar el vehículo con agua dulce, lo cual,
                                por supuesto, termina dañando motores y
                                carrocerías. “Aquí hay una lista de espera
                                de 150 personas. A la gente se le pasa la
                                temporada, entonces van a la parada 4, la
                                7, la 18 o a Solanas, que son lugares deportivos,
                                pero allí la guardería es en la arena.
                                Cuando hay creciente, las motos quedan a
                                la deriva. Es muy sacrificado su trabajo”.
 En la misma explanada, rodeado de
                                embarcaciones, trabaja Salgado, tal como
                                se identifica.
 |  | Es un salteño que hace 25
                                años quedó vinculado al puerto. Empezó
                                manejando los tractores que arrastran los
                                barcos. Ahora él y sus hijos integran una
                                de las tantas empresas familiares que
                                se dedican a tareas de mantenimiento y
                                limpieza. Su jornada empieza a las siete
                                de la mañana. Manguera en mano, lava
                                todo: las cañas de pescar, las escamas que
                                quedan esparcidas, los cabos de esquiar,
                                de amarre, el ancla. Dice que la arena, el
                                agua salada o las botellas tiradas se quitan
                                fácilmente pero que la mugre de la pesca,
                                incluyendo las carnadas pegadas, es lo
                                más trabajoso. “Hay quien tiene cuidado,
                                pero la mayoría no. Usan el barco como
                                hobby, no son profesionales. En verano
                                se trabaja duro. Hay gente que sale todo
                                el año, pero en invierno hay mucho viento”, asegura. Salgado demora una hora y
                                media en poner a punto una lancha de
                                pesca, incluyendo el camarote. Él se ocupa
                                de llenar los tanques de agua; la nafta por
                                lo general la carga el dueño. Atiende una
                                media docena de barcos por día. Entre
                                el mediodía y las siete de la tarde no hay
                                mucho para hacer. Pero con el regreso de
                                las embarcaciones todo vuelve a comenzar.
                                “A veces uno mete la pata, como
                                olvidarse del tapón del casco. Si se olvida
                                se le hace agua el barco, pero eso le pasa
                                una vez sola, después el propio dueño se
                                fija”, cuenta entre los errores propios. De
                                los ajenos, señala que quien no conoce el
                                puerto, puede llegar a agarrar piedras con
                                la hélice. Su trabajo no comprende asuntos
                                mecánicos pero sí repasar la pintura
                                del casco. No es cualquier pintura. El antifolium
                                contiene un veneno para que no se
                                adhiera el mejillón, según explica, porque
                                el mejillón le quita velocidad al barco. Esa
                                pintura especial vence a los 60 días. Antes,
                                la lucha con el bivalvo era manual, ya que
                                se contrataba a un buzo para limpiar el
                                casco. Salgado cobra por mes y a partir
                                de los 150 dólares, según el tamaño de la
                                embarcación. “Hace cuatro años que en
                                tierra se empieza a llenar”, observa desde
                                la explanada del puerto. “En enero no da
                                abasto, en febrero ya encontrás lugar”.
                                El servicio de botar y varar las lanchas
                                que lleva adelante personal de Hidrografía
                                va de 7 de la mañana hasta las 21.30,
                                cuando anochece. |  |  
                        |  |  
                        | 
                          
                            | Se presta a todas las
                              embarcaciones de hasta nueve metros,
                              aproximadamente. Van a buscar el trailer,
                              las sacan del agua y las ponen en su
                              lugar, una especie de estacionamiento
                              que, como tal, implica el pago de un ticket.
                              Se cobran 320 pesos por día la estadía del
                              trailer, 227 pesos por botar y varar y 22
                              pesos por el consumo de agua. En enero
                              había 324 embarcaciones en la explanada
                              e ingresaban unas 15 diariamente.
                              Las nuevas tarifas han ocasionado en
                              Punta del Este casi tantos comentarios
                              como la crisis mundial. Sobre los pormenores
                              del reajuste, el jefe de puerto explica
                              que hace años que debieron hacerlo, ya
                              que los precios estaban desfasados con
                              respecto a otros puertos.
 El expediente
                              del aumento comenzó a circular hace dos
                              años. Como decreto del Poder Ejecutivo,
                              recién obtuvo la firma el pasado 11 de noviembre, entrando en vigencia recién
                              60 días después. Los precios en guardería
                              de barcos ya se sintieron, porque allí
                              se admiten las embarcaciones por orden
                              de llegada, pero el incremento sobre
                              las amarras se va a empezar a sentir en
                              marzo, estimó Ferreira, cuando comiencen
                              las reservas para el año próximo.
 
 A toda velaA las 8.45 la cita es en el Yateste. Los
                                futuros navegantes hacen sus pinitos con
                                los barcos de Optimist.
 Son los propios
                                niños quienes llevan las embarcaciones
                                hasta el agua, se colocan el salvavidas
                                y siguen las instrucciones. Un barco de
                                apoyo –el Don Federico– y un gomón
                                supervisan la clase. En el barco de madera,
                                más estable, las dos profesoras, pero
                                los chiquilines prefieren esperar su turno
                                en los Optimist yendo en el gomón, que va más rápido y que, además, maneja
                                Alejandro “Jano” Foglia, el regatista clase
                                Láser que llevó la bandera uruguaya en
                                los Juego Olímpicos de Beijing. Hay dos
                                escuelas paralelas funcionando todo el
                                año. Aparte de la sede de Punta del Este,
                                el club tiene una sucursal en el faro de
                                Puntas Carretas. En verano, entre los tres
                                turnos, sólo en Punta del Este llegan a
                                dar clases a más de 60 niños.
 Algunos
                                ya han hecho la escuela de vela años
                                anteriores; otros recién se inician en el
                                deporte. El club otorga tres o cuatro días
                                de prueba y luego, si la clase agrada,
 |  | solicita que se hagan socios. Nadar no
                              es estrictamente necesario; alcanza con
                              que se sientan cómodos en el agua,
                              aclara Claudia Rafaniello, parte del plantel
                              de instructores. Diseñado para niños, el
                              Optimist provee las bases para continuar
                              luego en cualquier barco a vela. La edad
                              mínima recomendada es de ocho años y
                              se puede practicar en forma competitiva
                              hasta los 15. “El niño está solo en el agua,
                              sin papá y mamá, tomando decisiones por
                              sí mismo y asumiendo las consecuencias.
                              Es un deporte que les enseña a adaptarse
                              a condiciones que no controlan, como el
                              viento y el agua, y tomarlas a su favor. Es
                              muy completo. Por otro lado, no importa el
                              físico. Es más bien una cuestión estratégica
                              y táctica, si hablamos de competición”,
                              explica Rafaniello, que se inició de chica,
                              igual que sus alumnos, y hace diez años
                              que da clases. El Yatch, que este 14 de
                              febrero cumple 85 años, tiene además
                              seis barcos Punta del Este, únicos en su
                              clase, diseñados específicamente para las
                              lecciones de los adultos.
                              Lo más complicado de aprender es
                              la terminología, reflexiona Diego de los
                              Santos, dueño del Bayuca, donde instruye
                              a mayores de edad en la navegación costera.
                              Empezando por babor y estribor, en
                              el mar hay un vocabulario aparte y cada
                              clase de cuerda tiene un nombre distinto.
                              De los Santos tiene la originalidad de
                              no provenir de una familia de marineros,
                              sino de ciclistas. Pero a él le tiró el mar,
                              tanto así que a los 18 años se fue hasta
                              Rio de Janeiro embarcado en un velero
                              inglés de 30 metros, en el que aprendió
                              las nociones y un poco más. Después
                              siguió a Europa, donde estuvo nueve años.
                              Trabajaba diez meses en un barco y durante
                              sus vacaciones volvía al Río de la Plata
                              para hacer temporada. Arrancó como tripulante,
                              desde lo más sencillo, hasta
                              llegar a skipper o patrón de a bordo, lo
                              que el vulgo llama capitán. Nuevamente el
                              léxico poniendo distancia con la gente de a
                              pie. “Podés llegar a ganar muy bien”, admite
                              De los Santos, sobre todo haciendo
                              transferencias oceánicas, es decir, llevar
                              un barco desde un país a otro. Para esas
                              misiones lleva por lo menos tres personas
                              de su confianza, y arma guardias de cuatro
                              horas cada una. Una vez aceptó el trabajo
                              con un solo acompañante, para que el |  | presupuesto rindiera más. Con ese dinero
                              logró comprar su casa, pero no piensa
                              repetir la experiencia, agotadora desde
                              todo punto de vista.
                              Desde cómo salir de la amarra, prender
                              el motor y coser una vela, manejarse
                              en el mar es lo que transmite en su barco.
                              Las clases en verano, de tres horas y pico,
                              cuestan 40 dólares. Los precios de invierno
                              bajan a 25. Las normas de convivencia
                              son otro punto que, por lo visto, habría
                              que contagiar. “Los barcos a vela tienen
                              preferencia sobre los de motor. El 50 por
                              ciento no te lo respeta. Tenés que andar a
                              los gritos o cambiar de rumbo, porque el
                              velero tiene menos capacidad de maniobra.
                              Tampoco respetan las velocidades
                              adentro; muchos no saben de señales
                              o de códigos. Lo mismo pasa en la isla,
                              donde los barcos están con los chicos
                              bañándose alrededor y te pasan al lado
                              con los jet ski”.Problemas similares a los
                              de la calle, en suma, con la diferencia de
                              que en la ciudad hay calles con un sentido.
 En el mar el control es más difícil. A todo
                              esto, ¿qué opina de vivir a bordo? “Una
                              vez que mis hijos crezcan, la idea es comprar
                              un barco más grande, dedicarme de
                              lleno a esto y que de mí sepan por postales”,
                              amenaza con un brillo en los ojos.
                              Los perros labradores y los barcos son
                              las dos pasiones del economista Jaime
                              Mezzera. Pasión, esta última, que heredó
                              de su padre, quien lo introdujo en las artes
                              náuticas desde los 12 años.
 Fue en La
                              Biguá, una lancha comprada a un argentino
                              en la década del 50, con la cual aprendió
                              a navegar. Desde entonces, como él
                              menciona, tiene la doble nacionalidad: es
                              socio del Yatch Club uruguayo y de su par
                              puntaesteño, del que también integró la
                              directiva. Tras conocer de tormentas, de
                              peligros y de respeto a las aguas, comenzó
                              a comprar sus propios veleros, y los siguió
                              llamando Biguá, que es un tipo de pato de
                              pelaje oscuro. Hubo así un Biguá Río y un
                              Biguá Tres. Después se mudó a Chile, a
                              Brasil, a Estados Unidos. “En 2003 volví
                              y casi la primera cosa que hice fue comprarme
                              un velero de regata para recuperar
                              el tiempo perdido, en el mejor estilo de
                              Proust”, recapitula. Ese fue el Biguá Delta
                              (Biguá Cuatro le sonaba muy mal). Luego,
                              enamorado del diseño, compró el Biguá V
                              al astillero francés Dufour. A duras penas
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 |  | confiesa que le “costó un platal”, pero no
                              da cifras aproximadas. “Tú ves lo que es:
                              es un mueble por dentro”, señala orgulloso,
                              enseñando la mesa, el barcito, el baño con
                              ducha y agua caliente, las camas, la capacidad
                              para que duerman seis personas si
                              es necesario. Cuando Mezzera empezó,
                              las cartas náuticas eran una herramienta
                              indispensable. Por reglamento las rutas
                              en papel se siguen utilizando, aunque su
                              barco cuenta con un plotter, una moderna
                              pantalla que indica las coordenadas. El
                              Biguá V no fue únicamente un tema de
                              desembolsos. Es un derrotero romántico,
                              por decirlo de algún modo. Mezzera no
                              resulta exagerado cuando sostiene que “el
                              auto es un bien de uso. Esto es un amor”.
                              Sin mástil, sin timón y sin quilla, lo colocó
                              en un carguero, luego de matricularlo en
                              Estados Unidos, porque era más práctico.
                              Así lo llevó a Buenos Aires, donde lo armaron.
                              Ponerle la quilla, que pesa dos mil
                              quilos, es asunto serio. Se la coloca vertical
                              y se le echa el barco encima, cruzando
                              los dedos para que los bulones encajen
                              perfectamente en el casco. “Sudé tinta”,
                              cuenta de aquel momento, que inmortalizó
                              en fotos.  |  | “Después nos vinimos navegando”.
                              Con el Biguá V corre cuanta regata hay. “No tengo edad de correr”, aduce a sus 66
                              años de edad, pero su tripulación lo respeta
                              como capitán. “Cuando tenés ocho
                              personas que corren amateur, tenés que
                              tener en el banco cuatro más. En las regatas
                              largas me quedo yo. En las cortas hago
                              la parte táctica, skipper o peso, porque
                              soy el más pesado”. Mezzera navegó en
                              el lago de Brasilia, en el Caribe, en Angra
                              dos Reis, pero su asignatura pendiente
                              es probar en Grecia. “En las épocas en
                              que yo empecé éramos unos indígenas,
                              tirábamos botellas al agua, cualquier cosa.
                              En estos momentos a nadie se le ocurre
                              arrojar aceite. La conciencia ecológica
                              crece enormemente a medida que tenés
                              más barcos”, celebra del actual ambiente
                              en el puerto de Punta del Este. “Esto es el
                              paraíso de los paraísos”, dice el viejo lobo
                              de mar, desde la cubierta impecable de su
                              barco en boya. El salitre del aire es sumamente
                              agradable y el sol se refleja en el
                              espejo de agua como en las postales más
                              cursis. A veces el paisaje mejor logrado
                              peca por bello y se niega a parecer real. Sin
                              embargo, allí está. |  |  
                        |  |  
                        | Reprimir la sonrisa es lo más complicado cuando se está a bordo del yate propio o ajeno, navegando sin clicks ni mouse,
                          surcando el mar o brindando al reparo del puerto. |  
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